lunes, 28 de septiembre de 2009

¿Por qué se cae el cabello?

Los masajes en el cuero cabelludo, una alimentación balanceada y el uso de productos capilares no agresivos son algunos de los métodos para combatir este mal.
La pérdida de cabello moderada es normal. Si se trata de entre 50 y 100 cabellos diarios no hay motivo para preocuparse, pues estos son renovados diariamente.
Existen dos tipos de caída, la que se presenta de forma repentina y hace que se pierda el pelo de casi toda la cabellera. Esta es causada por el estrés, el uso de productos agresivos (algunos químicos de los tintes pueden ser nocivos), el abuso del secador, una alimentación desbalanceada y la edad.
La otra razón a la que se le atribuye la pérdida de cabello es a los cambios hormonales que presentan con más frecuencia los hombres.
¿Cómo prevenirlo?
Masajes capilares la clave. Se pueden realizar movimientos circulares suaves y presiones por sobre el cuero cabelludo, desde la base del cuello hasta el frente.
No usar productos anti caída en todo el año, sólo cuando se presenten los problemas.
Usar esporádicamente complementos fortalecedores del cabello.

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Julia Roberts custodiada con palos de bambú

Armados con la peculiar planta, policías y guardias de la India ahuyentaban a curiosos que trepaban árboles queriendo conocer a la actriz durante un filme. Adultos y niños que se congregaron en una pequeña población de la India para conocer a la galardonada actriz Julia Roberts, quien se encontraba allí grabando escenas de su próxima película "Eat, Pray, Love", fueron ahuyentados hasta con palos de bambú por parte de Policiías, guardias civiles y privados. Los habitantes no podían creer que la protagonista de "Pretty Woman" estuviera caminado el pueblo de Mirzapur, a 65 kilómetros al sur de Nueva Delhi. La película es una producción de Brad Pitt, dirigida por Ryan Murphy. En ella participa también el español Javier Bardem, Viola Davis, Richard Jenkins y Billy Crudup. La seguridad incluía además enormes pantallas negras enormes que protegían las cámaras de televisión y los fotógrafos entrometidos. Roberts estaba vestida con una túnica turquesa y pantalones anchos, la ropa tradicional de millones de mujeres indias. En el nuevo filme, Julia interpreta a una estadounidense que abandona un matrimonio conflictivo y comienza un viaje de reflexión. Los periódicos y la televisión de la India se ha encargado de registrar cada movimiento de Roberts desde que llegó al país asiático hace 10 días, acompañada de sus tres hijos. El rodaje de la película comenzó con las bendiciones de un sacerdote hindú y la seguridad ha sido estricta. Casi 50 policías locales y oficiales de seguridad brindan seguridad a la actriz en el pueblo y en la población cercana de Pataudi, donde se hospeda en un hotel que antiguamente era un palacio.

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miércoles, 23 de septiembre de 2009

A los payasos de un circo, les robaron hasta la risa

Robaron al único circo que alegraba a los niños del sur de Cartagena. Doce hombres armados esperaron a que se acabara la última función para llevarse la plata de la taquilla y hasta los disfraces de los payasos.
No fue por arte de magia ni por un truco de ilusión. Una docena de hombres armados sorprendieron a trapecistas, domadores y payasos del circo “El Triunfo” cuando se fue la luz, instantes después de la última función.
Se robaron los 300 mil pesos producto de ahorros y la venta de taquilla, pero no conformes, se llevaron pelucas, maquillajes, disfraces y todo lo que usan los artistas para hacer reír a los niños.
Ahora habrá que hacer malabares para que continúe la función mientras la Policía encuentra a la pandilla que literalmente le robo el show al circo urbano del sur de Cartagena.

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Colombia se ubica en el puesto 52 del índice global de competitividad

Según un estudio emitido por la unidad de inteligencia The Economist, el país obtuvo un puntaje de 28,4 sobre 100, por debajo Filipinas y por encima de Egipto.El estudio, patrocinado por Business Software Alliance (BSA), valora y compara el ambiente de la industria de tecnologías de la información (TI) en 66 países.En tanto, el estudio señaló como positivo el desempeño de Colombia en el Ambiente de Negocios, donde obtuvo una calificación de 65, 7 puntos.Los primeros cinco países mejor ubicados de Latinoamérica son: Chile, (puesto 27), Brasil (puesto 40), Argentina (puesto 41), México (puesto 48) y Colombia (puesto 52). El primero del estudio es Estados Unidos.El director de investigaciones en tecnología global con la unidad de inteligencia The Economist aseguró que el sector TI ha afrontado la crisis razonablemente bien, pese a la reducción de tecnología, y aseguro” que los legisladores necesitan concentrarse en el fortalecimiento de las TI para fortalecer la competitividad de los países a largo plazo".

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domingo, 20 de septiembre de 2009

Todo lo que pasa en un quirófano

Un quirófano es un mundo aparte, que no se detiene nunca, en el que médicos y enfermos viven en un permanente momento decisivo. José Alejandro Castaño estuvo un día en uno de estos lugares donde oscilan la vida y la muerte.
Se trata de un cadáver que respira. Sus padres ya autorizaron que, antes de desconectarlo de la máquina que le infla los pulmones, le extraigan los órganos, el corazón, los riñones, el hígado. Es una mujer joven, una chica que quizás no tenga más de veinte años. El médico cirujano Sergio Hoyos está familiarizado con la escena: alguien sale de su casa en la mañana, la ropa impecable, las mejillas y el cuello perfumados, el cabello al viento, las gafas que le hacen juego al bolso, los zapatos nuevos, la vida entera esperando intacta, recién estrenada, y de pronto, en el tiempo que dura un parpadeo, nada, o todo, según se vea. Es más que una ironía: una madre lleva semanas rezando por un hígado para un hijo moribundo, el teléfono al fin suena. Buenas noticias: apareció una donante. Sergio Hoyos escinde los tendones y vasos y arterias de los órganos de la joven, entonces recuerda que la esperanza de una persona también es el abatimiento de alguien más y que la noticia que celebran en una casa es la misma que lamentan en otra. ¿Injusto? El cirujano hace su trabajo en silencio, las manos hábiles descifran las entrañas, cortan aquí, ligan allá, presionan, sostienen, liberan. Los órganos se empacan como piezas de museo que valen una vida. En alguna parte, en extremos de la ciudad, otros cirujanos son alertados, todos corren. A lo sumo, escindidos del cuerpo, un hígado, un corazón, un riñón, apenas duran la fracción de un día, después de eso, siete, ocho horas, las células engañadas con frío parecen descubrir que ya no están dentro de un ser humano y mueren sin remedio.Sergio Hoyos permanece sentado en un puesto de control de enfermeras en el pabellón de cirugía del Pablo Tobón Uribe, en el noroccidente de Medellín, quizás el hospital con la unidad de cirugía más moderna del país. Se trata de una suerte de plataforma espacial, o eso me parece, con el aspecto interior que tienen las naves de las películas, todo impecable, en ningún lugar palancas o manijas para asir, solo botones que reaccionan al tacto, a la voz, al calor. Las puertas se abren y se cierran con sensores de movimiento, el aire que todos respiran llega a través de un complejo sistema de purificación y las bolsas de sangre que urgen los pacientes viajan a toda velocidad en un sistema de vacío similar al de los cajeros electrónicos. En total hay trece quirófanos inteligentes, una tecnología que cuesta lo mismo que un avión de pasajeros. Aquí y allá hay paneles digitales interconectados de tal forma que, por ejemplo, mientras un grupo de especialistas reconstruye el corazón de una mujer, puede preguntarle algo a sus compañeros en el quirófano de al lado o, sin necesidad de soltar el bisturí, mostrarle la disposición de una arteria a un investigador vascular en alguna universidad de Europa, todo simultáneo, en imágenes de alta definición. Nadie moriría aquí si no fuera porque, en todo caso, a pesar de la perfección de las máquinas, los médicos siguen siendo hombres y mujeres. La lista de operaciones del día incluye un par de bypass gástricos, una cirugía de tiroides, el implante de una rodilla de plástico, una eliminación de hernia cervical, la amputación de un par de dedos, la revisión de un intestino grueso que se sospecha con tumores, la limpieza de la caja torácica de un niño invadido por flema, la reconstrucción de un seno extirpado a una mujer con cáncer, casi cuarenta operaciones en un turno de doce horas, pero es posible que sean más. A veces llegan personas con disparos, puñaladas, golpes de bate, la sangre corriendo a borbotones.*** Toda la ropa que nos pusimos esta mañana debió quedarse en un casillero afuera, más allá del umbral donde los microbios y los seres humanos compartimos el mundo. La única prenda que aún conservamos es la ropa interior. Aquí adentro, en este ambiente artificial, todos son expedicionarios, yo apenas un turista: llevamos traje verde, camisa, pantalón, encima una bata azul, gorro de amarrar, guantes, tapabocas, funda para los zapatos. Antes, cada quien debió lavarse las uñas con jabón quirúrgico, los dedos, las palmas de las manos, las muñecas, los brazos, los codos, en ese orden, primero una vez, después otra vez, el agua corre amarilla. El anestesiólogo Ricardo Toro digita claves de acceso en una pantalla, a un lado de la mesa donde acaban de acostar a un niño. La secuencia de números le permite acceder a su historia clínica, el peso, la talla, los posibles cuadros alérgicos, el diagnóstico previo, la ruta completa de la operación. Se llama Jesús David, tiene siete años, 25 kilos, un metro de estatura, el pecho inundado de flema, está consciente, aprieta las manos, intenta decir algo, tose, se le oyen burbujas. Lleva una piyama de osos que juegan fútbol, llama a su mamá, parece que va a llorar. Toro le pone tres electrodos sobre la piel, uno en el brazo, dos en el pecho, son terminales para medir sus pulsaciones, la respiración, la presión arterial. Una de las tres enfermeras que acompañará la operación le dice que se calme, que nada le harán. El niño, por supuesto, no le cree. Sobre él hay tres lámparas enormes en forma de disco; al lado, torres de metal con conexiones que titilan y suenan. Otra mujer alista agujas, un catéter, pinzas, llaves, sondas, un punzón, bisturíes. El pequeño oye el ruido de herramientas, abre los ojos, de nuevo las burbujas en el pecho, parece una sopa que hierve. Finalmente, Ricardo Toro le pone una mascarilla que le cubre la nariz y la boca, pasan cinco segundos. Duerme.Si una operación, en efecto, es como un viaje, la salida y la llegada pueden resultar los momentos más críticos. Los encargados de lograrlo son los anestesiólogos y un fallo suyo, de apenas un miligramo, puede convertirse en una fatalidad. A veces, el trance de dormir a un paciente llega a ser más riesgoso que la misma operación y, solo por eso, algunos enfermos deben soportar sus padecimientos sin la oportunidad de ir al quirófano. No es el caso de Jesús David, por suerte. Las líneas en las pantallas indican que todo marcha bien. Le abren la boca y le meten un tubo que lo proveerá de oxígeno mientras le drenan el pecho. Sacar el líquido será solo una parte. Lo desnudan, le ponen esparadrapo en los ojos cerrados y en el cuello, alrededor de la vena aorta donde acaban de clavarle un catéter por si urge la necesidad de inyectarle sangre. Una enfermera lo limpia con yodo, enseguida lo acuestan de lado y lo cubren con sábanas, una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve sábanas en distintas direcciones. La única piel expuesta es la que cortará el bisturí. El pequeño parece una ofrenda para un dios pagano. Llaman al especialista.Francisco Mejía tiene 38 años y es cirujano infantil, una suerte de malabarista de objetos diminutos. Él y el anestesiólogo hablan cosas en ese lenguaje médico de palabras irrepetibles. Todavía dice algo mientras pasa el bisturí por entre las costillas, luego clava un punzón hasta hacer un orificio del tamaño de una moneda, empuja, incrusta un tubo, después una cámara de video. Las vísceras del niño ahora son una exhibición a color en dos pantallas. La sopa que lo ahoga está por todos lados, afuera de los pulmones, en la caja torácica, debajo del esternón, de nuevo una incisión y otro orificio, por allí insertan una manguera conectada a una aspiradora. El líquido al fin fluye hasta un recipiente de vidrio, casi 320 mililitros, lo mismo que una botella de Coca-Cola. La madre espera más allá de los muros impecables. Se llama Blanca Inés. Lleva una camisa de rayas, sin mangas, el cabello recogido, las mejillas rojas, los ojos tristes, las manos temblorosas. En un par de horas hablaré con ella y me dirá que vive en el barrio Carambolas, en el extremo nororiental de Medellín, que su hijo es único porque no tiene más y que la otra noche le dijo a dios, con toda franqueza, sin andarse con miedos ni rodeos, que lo salvara o que ella también se moría. En el quirófano suena una alarma. Es un pito agudo, intermitente: algo pasa con Jesús David. El drenaje se suspende.***Sergio Hoyos todavía no cumple 44 años y sin embargo, pese a su juventud, hace parte de un reducido grupo de cirujanos expertos en la inmensidad del hígado, esa víscera que desinfecta la sangre y es órgano y glándula a la vez, que ayuda a digerir los alimentos y almacena energía para cuando el cuerpo la necesita, "una pieza sin la que nadie puede vivir —dice él—: porque, por ejemplo, algunos sí lo hacen sin cerebro", y se ríe. El aire a su alrededor no huele a nada. Hoyos es delgado, alto, parece que se rasuró esta mañana, tiene la apariencia de alguien cualquiera, pero no lo es, claro. Media vida después de graduarse de médico, luego de cirujano, luego de magíster en trasplantes, luego de especialista del hígado, su conocimiento es patrimonio de todos y en la calle, propongo, los científicos como él deberían vestir algún tipo de escafandra para que nada malo les ocurra, nada, en este bendito país nuestro de balaceras porque sí. Hace cinco minutos terminó de operar a un hombre de 54 años con una estenosis biliar, un estrechamiento del conductor colédoco, el tubo que lleva la bilis desde el hígado hasta el intestino delgado. Por padecimientos como ese, hace años, la gente se enfermaba hasta morir. Ya no. Ahora Hoyos puede conectar el hígado de una persona en otra, así no más, después de un esfuerzo que en promedio le toma nueve horas, a veces trece. Esa es, de todas las operaciones posibles, la que más esconde trampas y riesgos. Pero ¿qué pasa cuando, pese a todos los esfuerzos, el conocimiento, la experiencia y las máquinas, la muerte se aparece en el quirófano y hace lo que le viene en gana?El último paciente que se le murió en cirugía a Sergio Hoyos fue una anciana, a Francisco Mejía una niña de cuatro años, a Ricardo Toro un hombre ya mayor, él no recuerda la edad. La orden es que los procedimientos de reanimación, antes de dar por muerta a una persona, se prolonguen 45 minutos, lo mismo que dura medio partido de fútbol, pero la muerte también sabe jugar y a veces se ensaña, corre, salta, muerde, pega, jala, gana. Nadie lleva el marcador de los reveses. Lo más difícil, admiten los médicos, es salir del quirófano y presentarse ante los familiares para decirles que la madre, el abuelo, el hermano, la hija falleció, que hicieron lo posible, que la vida, en fin, es así, que lo sienten. No existen manuales para eso, admite Hoyos. En un quirófano contiguo, justo ahora, le retiran un carcinoma a una mujer de 50 años. Aunque todo marcha bien, todos aquí saben que la vida pende de hilos muy delgados. Nadie se confía. Enfermeras y médicos siguen el parpadeo de los monitores. Eso hacen las computadoras, se supone: inspeccionan el grosor de esas hebras que sustentan la vida y que nadie sabe cómo, de dónde permanecen amarradas.La enfermera Diana Betancur recuerda a una niña de diez años que llegó apuñalada, al parecer por el padrastro, dos cuchilladas en la base de la espalda, los riñones perforados. Lucharon varias horas, nada lograron. "Cuando se muere un paciente, sobre todo si es un niño, uno no quiere saber nada de medicina", dice un anestesiólogo y confiesa que todos, alguna vez, han llorado en el quirófano al lado de un cuerpo fallecido. Diana tiene ojos juguetones y una risa de concurso, lleva corazones de plata en las orejas. Otras veces también le pudo el llanto.Al Pablo Tobón Uribe llegan con frecuencia soldados heridos por minas explosivas, de esas con las que los guerrilleros brutos insisten libertarnos. Era un chico de 19 años, despertó de la anestesia. Le preguntó a Diana si le habían cortado la pierna, le contó una historia oída muchas veces: que era campesino, el mayor de una familia campesina, que se fue al ejército porque soñaba darle una casa a su mamá y a sus hermanos. "Gracias a dios me queda un pie todavía, puedo trabajar", dijo resignado. La enfermera ya sabía que estaban preparando el quirófano antes de sedarlo de nuevo y amputarle la otra pierna. "No fui capaz de decirle nada. Después se volvió a dormir".

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Colombia en China

Pese a que se sumaron cinco medallas, entre ellas una de oro, el día de cierre de las pruebas de pista del Mundial de Patinaje en Haining, China, no fue muy bueno para Colombia a la hora de hacer balances, teniendo en cuenta que empezó el día como escolta de Corea, y terminó la jornada en el cuarto lugar en la tabla de medallería. Es cierto que las medallas aparecieron, pero no en el metal esperado, especialmente en los hombres, tanto juvenil como mayores, quienes aún no han saboreado las mieles, perdiendo finales sobre el final, luego de haber realizado una gran labor como fue el caso específico de los 3.000 metros relevos en mayores varones, categoría en la que Colombia sumó su única presea dorada, la cual llegó en las piernas de Briggite Méndez, Marta Lucía Ramírez y Jerci Puello.Con ese oro, las mujeres le entregaron a Colombia las cuatro preseas doradas que se han conseguido en esta cita orbital, las cuales tienen al equipo colombiano metido en la pelea por el título general del Mundial de Patinaje.Las otras medallas también llegaron en los 3000 metros relevos, los dos juveniles, damas y varones, así como el de mayores, mientras que Jenny Paola Serrano, fue la única que logró alzarse con una presea en pruebas individuales, al ser tercera en los 500 metros.Errores costososLibardo García, técnico de la selección Colombia de patinaje, sin duda alguna tuvo ayer uno de sus peores días, porque errores de estrategia le han quitado al país la posibilidad de sumar más medallas de oro, y no sólo ayer, sino a lo largo de las tres jornadas.Tal vez por eso se le escuchó maldecir y una que otra palabra de ‘grueso calibre’. En su rostro desencajado por la derrota y la poca efectividad a la hora de ir a pelear por las medallas le hicieron perder la calma y disfrutar muy poco el oro en el relevo mayor femenino.A García y a Colombia, les falló la estrategia en la prueba de los 1.000 metros, en donde Andrés Felipe Muñoz y Pedro Causil, no supieron manejar la doble presencia nacional, y terminaron perdiendo ante Joseph Mantia de Estados Unidos y fueron los últimos en cruzar la meta.Luego vino la final de los 3.000 metros relevos, en la que Causil y Muñoz, acompañados por Jorge Luis Cifuentes perdieron el título, no sólo en los metros finales, sino desde la estrategia porque García le dejó a Cifuentes la tarea de rematar, y no supo hacerlo, porque recibió el empujón de primero y se sostuvo ahí hasta la mitad de la recta final, porque le dio por mirar para atrás a ver donde estaban sus rivales, y en ese parpadeo vino como una exhalación el estadounidense Mantia, lo pasó y ganó la prueba.Ojalá en la ruta la estrategia funcione bien, porque el título general del mundial para Colombia, está embolatado.

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